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ROSARIO
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EL MALON BLANCO Y LA ABUELA AUDELINA

   Audelina Valle llora sin pudor  cuando recuerda la escena. Son regueros que se pierden en los pliegues de su rostro cuarteado por los años y el andar en la cordillera. No sabemos qué hacer con ese sufrimiento que nos golpea duro en pleno corazón, cuando la encontramos junto al calor tibio de una cocina de leña, en casa de uno de sus hijos, tres días después de que fuera desalojada violentamente de su predio, en Cuesta del Ternero, por la policía. Y como no sabemos qué hacer con ese dolor de mujer, que nos cala hondo, nos adentramos, absortos, en sus palabras y en sus silencios,  en un territorio misterioso del que no se vuelve indemne.

   Ahora no puedo comer, dice. Mis dientes estaban en una tacita rosada arriba de la mesa. Los dientes de arriba los juntaron debajo de un maitén donde los habían tirado los policías, los de abajo no aparecieron. Y sin los de abajo, los otros no sirven, me lastiman. Y ahora, así nomás estoy. Sin dientes.
    Me levanto temprano siempre, a las siete, siete y media. Los chicos hay que prepararlos para la escuela.  El viernes yo los acompañé hasta la tranquerita y ellos salieron al camino para tomar el transporte escolar. Pero ví algo raro, los alambres de la tranquera estaban cortados y todo estaba caído. Nosotros siempre cerramos con candado. Me acerqué para ver mejor y entonces dos mujeres se bajan de una camioneta que no conozco y suben a los chicos y los llevan. Les grito que paren, pero ya se van y un reguero de camiones, camionetas y policías vienen atrás, entrando por la tranquera abierta. Son muchos. Mi hijo Manuel trabaja de albañil en el pueblo, él me los dejó encargados.
Y los policías, en montón, se me vinieron encima. Dos mujeres vestidas de policía me agarraron de las manos y me sostuvieron sin dejarme mover. Un hombre de pelo gris, sin uniforme, daba órdenes  y mandaba a los demás. Vinieron muchos policías y otros  hombres , que decían que eran del municipio.
Como hacía mucho frío les pedí que me dejaran entrar para ponerme unas medias, un abrigo. Pero no me dejaban. ¿Qué les voy a hacer?  No soy criminal, les digo. Pero no me dejaban y yo tironeaba. Me dejaron entrar al fin. Pero siempre me agarraban como si fuera a lastimarlos. Así me tenían, pero pude ponerme  unas medias y abrigarme.
   Ahora es puro silencio en la cocina en la que se cuela por la ventana el otoño con sol y colores de la cordillera. Pero el sol no nos ilumina,  nos envuelve la niebla que nace en los ojos húmedos de la abuela, que recupera desde lo hondo un dolor infinito al recordar el momento en que los huincas se llevan, quién sabe a dónde, a sus dos nietitos de 13 y 9 años. Y pienso en el gran malón, cuando Roca y sus generales repartían los niños mapuches y tehuelches en los colegios salesianos y entre las familias de bien porteñas. Y pienso en el otro malón, el más reciente, el de Videla, cuando repartieron otros niños, cuyas madres y abuelas todavía los buscan con desesperación. Y pienso que es un dolor, el de las madres y abuelas, siempre igual, siempre el mismo,  y ese dolor clama con desesperación justicia al cielo y exige reparación y castigo a los culpables, aquí,  hoy, en esta tierra en que vivimos y que está bajo nuestra responsabilidad. La responsabilidad de todos los hombres y mujeres que la habitamos, sin distinción de raza o de color de piel, o de condición económica o cultural, como dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Los hombres que bajaron de las camionetas del Municipio empezaron a romper todo. Los corrales, las casitas. Desarmaban y metían los palos y las chapas en el camión. Yo me agarré con fuerza en la manija de la cocina. Me tironeaban. Yo no aflojaba. Vino una policía y me agarró fuerte del brazo y no podía conmigo. Después vino uno grandote y me tironeó del otro brazo. Ahí ya no pude y aflojé. Me dolía mucho y les decía que soltaran que yo no había hecho nada.¿ Por qué hacían eso?. Pero seguían. Me sacaron afuera de los brazos. Después me subieron a la camioneta y agarraron para El Bolsón. A mis nietos los habían llevado por el camino para el otro lado. Les pregunté dónde los habían llevado. A la escuela me dijeron. Pero yo no les creo, les dije.
   Desparramados por el predio de 24 hectáreas, que desde comienzos del siglo veinte ocupara Gumersindo Valle con autorización del Estado rionegrino, ya hay treinta policías dirigidos por la nueva comisaria Fierro, de El Bolsón, que ocupó el cargo hace un par de meses para “devolver la credibilidad y la armonía” a una comunidad enfrentada a una policía acusada en tribunales rionegrinos por múltiples actos de violencia, torturas y un asesinato en comisaría. Ahora a los uniformados se les suman una quincena de empleados municipales, dedicados a la tarea de demolición de todo lo que es vivienda y producción. Quien da las órdenes es un abogado barilochense contratado por los que iniciaron el juicio penal a los Valle. Los que se pretenden dueños nuevos del predio. Ahí, en medio de una nube de polvo, sudorosos y a plena adrenalina, corretean algunos policías detrás de los chanchos, subiendo entre varios, las chanchas, a punto de parir, al camión jaula que han contratado a un vecino. Se han escapado las gallinas y patos y hay quienes intentan encerrarlos de nuevo.
   Los uniformados han llegado sin autoridades judiciales, y sin aviso previo. Pero con una estrategia interinstitucional perfecta: hay abogado querellante, hay jefe y subjefe policial, hay secretario municipal, hay asistentes sociales del Centro de Ayuda Familiar (CAF), hay una camioneta de Bomberos Voluntarios, hay una Ambulancia. El Malón tiene cabeza y estrategia. La consigna es de ocupación y tierra arrasada. Si hay oposición de los pobladores, castigo. Para eso contamos con la protección de la Ley. La comunidad originaria es el enemigo que hay que aniquilar al parecer.
  Me llevaron a la comisaría, como delincuente me llevaron, cuenta Audelina. Yo nunca estuve presa. Nunca hice mal. Por qué harían eso conmigo, dice, y se adentra en su silencio.
 Mientras Audelina se descompone en la comisaría y es trasladada al Hospital y sus nietos deambulan en una camioneta del CAF, Manuel, su hijo, informado de la invasión policial, se hace presente en el predio para llegar a ver cómo destruyen la vivienda de su madre y cargan los escasos muebles en el camión de la municipalidad, arrean los animales al camión jaula y comienzan a derribar las otras viviendas de la comunidad.
  Decidí atrincherarme en la única casa que quedaba en pie, cuenta. Me agarré del marco de la puerta, no me dejaron entrar. Se me tiraron encima algunos policías. Como no me podían desprender me entraron a pegar garrotazos en todo el cuerpo hasta que aflojé.
 Y muestra las fotos donde se ve a varios policías sujetándolo en el suelo  en pleno descampado. Allí se ven los restos de las viviendas destruídas, los cultivos pisoteados, el despliegue policial , los camiones municipales, el abogado querellante, los cerros boscosos de Cuesta del Ternero, testigos mudos, del avasallamiento inaudito.
 Después, entre varios, me arrastraron a la camioneta, continúa. Cuando me subieron abrí las piernas y me afirmé en la puerta con los pies para que no la pudieran cerrar. Entonces vino uno de los milicos y me agarró de los huevos y tuve que aflojarme. Así me encerraron. Mi hermana se acercó para ver adónde me llevaban y dos policías la agarraron de los brazos y la apartaron. Después mi sobrino menor, de dieciséis años, se plantó frente a la camioneta para no dejarlos ir y uno de los policías lo bajó de una trompada en la cara. Así me llevaron a la comisaría. Nunca nadie me presentó una orden del juez, nunca nadie me avisó que nos iban a desalojar. Maltrataron a mi madre que es mayor y se llevaron secuestrados a mis hijos. Perdí mis animalitos. Los ahorros que tenía mi mamá eran tres mil quinientos pesos que estaban dentro de la Biblia. ¿Dónde están? Y su mirada se pierde en la bronca y la impotencia.
En el predio de la comunidad de Gumersindo Valle, en Cuesta del Ternero, días después del desalojo un piquete policial permanece  vivaqueando alrededor de una parrilla donde se doran unos chorizos y unas hamburguesas, impidiendo el paso a toda persona u organización.
  Nosotros no fuimos los que tiramos abajo las casas, fueron los empleados municipales dicen los policías como defensa. Parece que se olvidaron de nosotros acá arriba, bromea uno de ellos. Estaremos hasta que venga el dueño, tal vez el fin de semana, y se haga cargo del lote.
 Con este violento operativo,  con el que se expulsa a pobladores originarios de Cuesta del Ternero que ocupaban ese predio desde 1903, se trata de apañar desde el estado rionegrino (otra vez),  a un pretendido dueño nuevo de las tierras, bajo cuyo patrocinio actuó el abogado y ordenó el Juez Ricardo Calcagno, subrogante de Gaimari Possi y actuó la policía y ordenó el Intendente de El Bolsón, Ricardo García, obviando todos ellos, incluído el Fiscal, que nunca se hizo presente,  convenios internacionales como el 169 de la OIT, la Ley 26.160  que prohíbe los desalojos forzados de los campesinos y comunidades originarias, y  la Constitución Nacional,  que ampara con la Declaración Universal de los Derechos Humanos a todos los habitantes de nuestra país  .

Audelina, al atardecer, reencontrará a sus nietos en la casa de su nuera. Allí los depositaron finalmente las asistentes sociales del Centro de Ayuda Familiar de El Bolsón . Lo que no se podrá reencontrar durante mucho tiempo, es la sonrisa alegre en su rostro,  por la enorme humillación que le han infligido a ella, a su comunidad, y a todos nosotros, los habitantes de la Comarca Andina, gratuitamente, las autoridades estatales de Río Negro.

Julio Saquero Lois, El Pedregoso 30 de marzo de 2012

memoria / entrevista a ángel seggiaro

MARITA COUTO
Don Ángel Seggiaro, Angelito, cumple 
95 años en este abril. Hace pocos años 
él y su esposa Nilda se mudaron a Salta desde 
 su Santa Fe natal porque aquí, en 
Salta, vive su hijo menor, Raúl, con su 
familia. 
Don Ángel cuenta su historia, recibe

a quien escribe en su casa llena de  recuerdos, de fotografías. Sabe muy  
bien de qué quiere hablar pues preparó 

cuidadosamente el temario y las ideas 
principales. 
Y entonces cuenta que fue el  
inmenso dolor por la desaparición de su  
hijo mayor, Osvaldo Angel Seggiaro en  
1977 el que le dio fuerzas para dejar el 
miedo a un lado y salir a luchar junto a padres 
 y madres de Rosario de Santa Fe  
por saber de sus seres queridos. 
Así recorrió con 
su esposa el 
barrio donde 
la empresa 

Cornero  realizaba la construcción de la cual una 
patota se llevó a Osvaldo que era 
ingeniero civil. 
El coronel Juan Orlando Rolón, jefe 
del área 212 se negó a recibirlo; se metió 
en la Guardia de Infantería Reforzada , 
averiguó que el ingreso de Osvaldo 
había sido registrado en el Libro de 
Guardia; se enfrentó con el entonces 
jefe del II Cuerpo de Ejército, Leopoldo 
Fortunato Galtieri y marchó y pidió, 
investigó y creó, junto a otros papás y 
mamás y familiares, la delegación 
Rosario de la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos). Años después, sin haber podido saber qué fue de Osvaldo, inició 
junto a otros compañeros y compañeras 

el juicio por el derecho a la verdad. Farmacéutico de profesión tiene  
muy claro que los medicamentos son un 
derecho y que la producción de 
genéricos fue una de las variables más 
importantes en la caída del gobierno de 
Arturo Illia cuyo  Ministro de Salud era 
el salteño Arturo Oñativia. 
En la década del cincuenta del siglo pasado, primero en su pueblo Carmen  
(del cual fue declarado hijo dilecto) y 
luego en Rosario, Angelito y otros 
profesionales de la salud se opusieron 
a los usos bélicos de la energía nuclear. También se  comprometieron con el 
Consejo Mundial por la Paz que impidió 
el envío de tropas argentinas a la guerra de Corea; los talleres, esos viejos talleres 
ferroviarios que hoy son parte de la 
historia, reviven en la 
memoria de don Angel 
Seggiaro como ejemplo y 
testimonio de lo que eran Santa Fe y sus obreros en aquella época.  
Al hojear la segunda edición de 
“Proscripción de las armas nucleares”, 
editada por los médicos rosarinos y 
dirigida a Naciones Unidas el tiempo 
parece no haber pasado: hoy más que 
nunca la amenaza nuclear es real,palpable, inminente y requerirá del  
esfuerzo de pueblos y gobiernos para 
detenerla.
Han pasado horas desde que el grabador inicio su marcha:  newells y 
Rosario Central, el recuerdo de las 
primeras marchas de las Madres, el 
amor por su compañera de vida , por su 
hijo Raúl, sus nietas, su bisnieto. Todo ha sido desgranado con la inteligencia 
aguda y la memoria viva, militante, de 
Angelito. También el agradecimiento 
que estampa de puño y letra en la

carpeta de recortes y distinciones que nos confía para entregar a la 
Universidad: “A los profesores 
universitarios que me enseñaron a 
transmitir los derechos humanos”. 
Sin vergüenza quien escribe confiesa 
que, ya en la vereda del edificio de don 

Ángel Seggiaro, bajo los jacaranda es de la avenida Sarmiento caminó esa noche 
hacia su casa con las lágrimas corriendo
libremente por su cara: por la fuerza y  el compromiso que transmitió a sus dos 
hijos, por la injusticia y el dolor de no
haber podido encontrar el cuerpo de  Osvaldo, por tantas historias como la de 
don Ángel, por el honor de contar con
su confianza… y también porque a pesar de creer que los ángeles no existen, este  
Angelito hace que Salta y el mundo sean 
un lugar un poquito, aunque sea un poquito, mejor.
TESTIMONIO DE VIDA, MILITANCIA Y COMPROMISO
Un ángel en Salta Está estudiando violín. Desde el  movimimiento de Jubilados y Pensionados de Salta promueve
una campaña de ayuda para un Hogar de Ancianos olvidado por casi todos, especialmente por el Estado. Se ríe y sus ojos se iluminan, se vuelven más jóvenes.




Como la cigarra 
11/01/11


Por Silvana Melo 

(APE).- A ella fue que le dijeron que un ladrón es vigilante y otro es juez y que dos y dos son tres. Me lo transmitió entre sueños y muñecas cuando yo aún no tenía en claro ni el suelo que pisaba. Pero supe antes de conocer el color de mis ojos que debía cuidarme del vigilante y del juez y que nunca me iban a convencer de que la vida se siente y se vive con llaneza matemática.
El día en que me advirtió, con música festiva como para disimular, quemañana se lo llevan preso a un coronel por pinchar a la mermelada con un alfiler, supe que los monstruos a temer no eran los que yo imaginaba saltando de los roperos cuando me apagaban la luz o sacando por debajo de la cama una mano que me atrapaba las canillas. Los monstruos eran otros y estaban allí, en las esquinas confiadas y en los retoños de las revoluciones. Para cortar las cabezas de los sueños, una por una y en fila y dejar al futuro decapitadito y solo. Sin nosotros, todos mudos y desaparecidos. Pinchar a la mermelada con un alfiler era como asomarme la infancia al primer dedo de la perversidad. Cuarenta años después de que ella me lo dijera empezaron a llevarse presos a los coroneles y a los generales por torturas atroces que nacieron, acaso, desde el alfiler en la mermelada. Y terminaron en las parrillas humanas del infierno.
La amo por tantas cosas que entran en una cajita de fósforos. Que como todo sabio conoce, son infinitas e insondables. Por cascarrabias, por ermitaña, por negarse –con la dignidad opinable y ofendida con que lo hizo mi madre- a mostrarse en silla de ruedas por la vida. Por cantarme la infancia, la de mis amigos, la de los hijos de mis amigos, la de los nietos de mis amigos. Porque supo definir el corte brutal entre el amor y la preservación de la vida que impusieron los monstruos a golpe de guillotina: porque dijo que me duele si me quedo pero me muero si me voy. Y tantas veces también me moría si me quedaba. Me mataban si me quedaba. La amo por tantas cosas que le puedo perdonar sin un mínimo esfuerzo sus rabietas, sus renuncios, sus intolerancias, su ceño fruncido ante alguna reivindicación indiscutible.
Ella fue la que me contó una vez de una tortuga que quería hacerse un lifting en Europa por amor. Cuando nadie pensaba en plancharse el tiempo en la cara. Y ella tardó tanto en volver que el tiempo, pertinaz, le volvió al gesto resignado. Porque el tiempo es la marca implacable en la piel de las dudas, las tragedias y los mosaicos felices que pisamos.
Por eso le hacía decir a Osías –que así se llama mi propio oso dorado, sépanlo los que creen que los osos se marchan cuando una crece-quiero tiempo pero tiempo no apurado, tiempo de jugar que es el mejor. Por favor, me lo da suelto y no enjaulado adentro de un despertador. Los osos, es bueno revelarlo de una vez, se agrupan clandestinos alrededor de los niños que se mueren, de los que no alcanzan a vivir un año porque les faltó agua pura, leche, nutrientes y abrigo. De los que se caen como frutos tempranos en los arrabales de la tierra, en Misiones o en Formosa, en Salta o en Matanza. De los que aspiran bolsitas o los atrapa la policía, con la indefensión de la mermelada ante el alfiler. Ella, sin decir nada, hizo a Osías para pelusearles la panza cuando parece que el mundo es un ocaso inexorable y el país olvida a sus pibes alambrados afuera del porvenir.
Tan chiquita y debilucha era yo por los sesenta, cuando ella les advertía a las palomas que la Plaza de Mayo no es buen lugar,porque nunca se sabe cuándo va a desbandarlas el temporal. Les decía, a las pobres, que nunca aprendieron la lección, que el que vive por las cornisas temprano aprende a temblar. Como nosotros, las palomas se atrevieron a plantarse y a sobrevolar el peligro, aunque la rama de olivo y de laurel se les cayera sistemáticamente del pico cuando la tormenta se les venía encima. Ella les dijo allá, por los sesenta, que se fueron los cazadores y que ya nunca van a volver. Pero volvieron, volvieron tan feroces que la propia paloma sin olivo quedó crucificada en la pirámide y las viejas alrededor, de pañales blancos en la cabeza, resistiendo a los cazadores para que el regreso fuera, ahora sí, nunca más.
En realidad, todo este canasto de palabras es para aclarar que no me pienso creer ni loca lo que me mintieron en la radio. Si ella misma lo dijo y todos lo sentimos y lo cantamos y lo resignificamos para nuestra propia historia personal y colectiva. Si ella ya lo advirtió. Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando.Yo canté con ella y me dije y me grité que gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal, y seguí cantando
Porque ella nos convenció de que tantas veces nos borraron, tantas desaparecimos y volvimos después de nuestro propio entierro. Solos y llorando. Pero vivos. Con los harapos de los sueños y las revoluciones. Con los brotes en los huesos. Vivos y en pie. Cantando al sol.




EXCITACIÓN POR LA MUERTE EN ARGENTINA

Hugo Alberto de Pedro - 10-12-2010

            Otros días más de luto -no oficial/gubernamental claramente y sin “K”, sino con “C” de cobardía o de cretinismo que nunca suponen/proponen/imponen colocar a la bandera nacional a media asta como señal de otro tipo de respeto y consideración humana- caen sobre la historia de la Argentina, como si las muertes de los “hijos del pueblo” podrían ser encuadernados o enviadas a simples planillas de cálculo en sucias estadísticas oficiales o periodísticas; tanto como en amarillentas páginas de nuestras crónicas escritas e impresas publicadas.

            Hacer un racconto, pormenorizado de todos los casos en forma individualizada, de los sucesos históricos a esta altura de las vivencias sería por demás de denso e incompleto seguramente y por lo tanto injusto, lo que supondría una falta de respeto a los muchos de los colonizados, torturados, desaparecidos, caídos y asesinados en diferentes circunstancias y pasajes históricos de nuestra existencia. Pero están en nuestra memoria impoluta la colonización/evangelización -verdaderos genocidios- y sumisión en todos nuestros ricos territorios de la América indígena, los que murieron en las fratricidas luchas intestinas americanas posrevolucionarias, las matanzas de los inmigrantes europeos posteriores a la primera guerra mundial: anarquistas, socialistas y por sobre todo dignos trabajadores, obreros y peones que habían llegado a nuestras tierras escapando de las hambrunas del otros lugares del mundo,  nuestros compañeros detenidos-desaparecidos por las dictaduras vernáculas y los luchadores sociales que pagaron con su vida por sostener sus principios de oponerse a la opresión imperante.

            En la Argentina de nuestros días comprobamos como los procesos judiciales y las matanzas cobardes e impunes caen sobre las mujeres y hombres pertenecientes a nuestros pueblos originarios -en las provincias del Neuquén y Formosa por ejemplo-.

            Ahora, en estos momentos, la realidad se hace patente en los barrios de Villa Soldati y Villa Lugano, en el denominado Parque Iberoamericano (cuyo nombre hoy parece lo más cercano a una parodia) a pocos kilómetros de las mismísimas Casa de Gobierno -Casa Rosada-, del Congreso Nacional -Parlamento-, de la Corte Suprema de Justicia de la Nación -Palacio de Justicia- y de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación cuando caen muertas y muertos habitantes de nuestro país que reclaman el más elemental de los derechos a una vivienda o un lugar para vivir con sus familias y que no están enrolados en las asquerosas fauces de las prebendas punteriles políticas o de supuestas Organizaciones de Desocupados o deleznables -cooptadas -otrora dignas, incorruptibles y contestatarias- Asociaciones de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo a las que durante decenas de años acompañamos por sentirnos orgullosos de su existencia y valentía.

            Vuelven en estos días las más lesivas descalificaciones hacia los inmigrantes, pobres y desocupados de nuestro país por parte de la clase política gobernante en la Nación o en las Provincias, como si ellos, los dicentes que en muchos casos a nivel nacional o provincial se trata de multimillonarias y multimillonarios, recién habrían descendido de una nave extraplanetaria. Tienen y demuestran una temible y terrible insidia hacia los inmigrantes de nuestros países hermanos del mundo y con un nivel de ensañamiento feroz si se trata de nuestros países limítrofes. Los descalifican y matan abominablemente delante de las filmaciones televisivas a las que cualquiera podemos tener acceso.    

            Todo esto produce un profundo dolor y malestar a cualquiera, y más aún a los que tenemos en nuestros mayores a inmigrantes pobres y desposeídos de todo lo imaginable, analfabetos totales al llegar a nuestro país en la búsqueda de tener un lugar mejor en el mundo y que han hecho sus vidas y familias con el esfuerzo de sus trabajos y las posibilidades de una mejor vida que nuestra tierra les otorgó sin beneficio político ni de inventario alguno y que han honrado a nuestro país.

            Por honor y reconocimiento a todos ellos -los referenciados antes en estas líneas- no podemos mantenernos en silencio, menos inertes, ni tampoco dejar de luchar de cualquier forma por su acompañamiento y reconocimiento de derechos. De las miserias de sus vidas que se hagan cargo buscando las soluciones definitivas los que tienen cargos políticos o públicos y viven de la política, algunos enriqueciéndose con ella, o bien defienden sus intereses mediante estar dentro de la cosa pública, parapetados o enquistados sin duda alguna.

            Justamente a más de seis décadas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la Argentina sus gobernantes (nacional y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) se apartan cobardemente de hacerse cargo de las problemáticas humanas sobre la falta de viviendas y la posibilidad de acceder a trabajos bien remunerados y legalmente establecidos.

            Para ellos la única solución debe ser abordada por la violencia entre los mismos habitantes a cualquier costo creíble como impredecible, o sea, entre aquellos que tienen una vivienda digna y conforman la condición de ser considerados clase media trabajadora -por ahora, porque el modelo capitalista vigente en gran parte del orbe cada día demuestra mejor que no garantiza estabilidad laboral y social alguna- y los que están desposeídos de todo.

            Por lo menos la “clase política” debería tener la dignidad, moral e impronta frente a los últimos nombrados de no ocuparse de ellos con: planes sociales de la miseria que únicamente hacen posible que la hambruna no se configure en un hecho social incontrolable; y de no utilizar a muchos como mano de obra o simple presencia física en los actos partidarios para los que sí aparecen los medios necesarios para que puedan ser transportados hasta donde el “poder” establece que deben hacerse presentes para aplaudir a cualquiera y gritar consignas impuestas.

            Muchas de las Organizaciones de Desocupados como de los autodenominados de Tierra y Vivienda, quizás originariamente constituidas con laudable intención, se han convertido en alas políticas o masa para los actos de algunos partidos políticos, incluido la propia facción peronista gubernamental que los utiliza sin ruborizarse.



Crimen de crímenes 
16/11/10


Por Silvana Melo 

(APe).- Si existe una revelación fría y certera del fracaso inapelable de la humanidad, ésa es el hambre. Un mundo que tolera la muerte de un niño cada seis segundos por enfermedades socias del hambre es una calamidad. Un desastre muy alejado de los brotes de ira de la naturaleza. El naufragio de los sueños de todas las revoluciones, la muerte a cuchillo de cualquier utopía. El hambre mata en complicidad con el hombre. El hombre sigue siendo su propio lobo; se devora a sí mismo, famélico y amoral.
La disminución de los hambrientos de 1023 a 925 millones entre 2009 y 2010, anunciada por la FAO, depende exclusivamente del precio de los alimentos y puede tener evoluciones elípticas el próximo año o en los meses venideros. No responde a una toma de conciencia brutal de los países ricos. A un repliegue repentino de los colmillos del hombre lobo del hombre. Sino a una parada ocasional de la rueda de la fortuna.
El Africa no produce alimentos y fabrica indigentes cada vez con más eficacia mientras los países privilegiados generan sofisticaciones tecnológicas,  banquetes y opulencia. No se puede dar vuelta la página ligeramente a la cruda verdad de haber vivido los primeros diez años del milenio en un planeta desangrado por la in-justicia. No se puede naturalizar el hambre inexorable de millones de personas mientras la riqueza se concentra en la siesta palaciega capitalista que tiene una discapacidad temible: la ceguera ante cualquier otra cosa que no sea el avistaje hedonista de su propio ombligo.
El pobre país que primereó las luchas contra la esclavitud y empujó a la negritud a irrumpir en la historia sólo aparece cíclicamente en la globalizada pantalla mediática cuando sube al cielo su aguja de catástrofes. Antes del terremoto de enero el 80 por ciento de la población de Haití sobrevivía con dos dolares diarios. Y los niños comían galletas de barro para engañar la panza. La movida de la tierra se tragó al dos por ciento de la gente, al gobierno, a las instituciones y a todo atisbo de estructura social que intentara erigirse en una de las tierras más pobres del planeta. Gran parte de las ayudas alimentarias durmieron meses en los hangares de la ONU. Y del auxilio económico prometido por el primer mundo con panderetas de traje y luces apenas llegó el 15 por ciento hasta noviembre.
Haití volvió, dramáticamente -al menos por un rato- a la cúspide noticiosa. Es que una epidemia de cólera se lleva a la gente como el humo venenoso a las hormigas. Todos los análisis convergen en que el brote habría sido traído por una delegación nepalesa de ayuda humanitaria de la ONU que dejó sus excretas en el río donde los haitianos van a buscar el agua. El mundo que convergió en Haití desde enero para oler su tragedia no hizo más que profundizarla. Lejos de salvar vidas, terminó de derrumbar el último techo de la esperanza, si es que alguna vez tuvo uno. 
El G-20 -el grupo de países industrializados y emergentes que celebró su reunión hace pocos días- ni siquiera mencionó la tragedia de Haití. El hambre no parece ser tema de discusión en el mundo. Aunque se mueran un niño cada seis segundos en el planeta y 25 niños por día en la Argentina por enfermedades parientes de la falta de alimentos.
No hubo menciones de las autoridades nacionales ni de los  líderes de la oposición, muy entrampados en la discusiones alejadas de los mal nutridos del Impenetrable y de los niños muertos de los tareferos.
La pelea políticamente sangrienta por el presupuesto 2011, ¿es por el hambre? ¿Es la médula de la discusión los dos bebés indígenas salteños que se murieron en junio en el departamento de Rivadavia mientras el joven y bello gobernador Urtubey celebraba con fastos a Guemes? ¿O la nena de 15 que cerró los ojos en Cafayate, cuando medía un metro y pesaba ocho kilos y no pudo más?
Hace pocos días no más murió una  chiquita de dos años en Colonia Santa Rosa, a 250 kilómetros del corazón de Salta la linda. Era morenita, de ojos profundos. Nacida en una comunidad originaria. El certificado de defunción que firmó el médico dijo que había sufrido de “deshidratación y desnutrición grave”. Se llamaba Tatiana Tapia y todo el mundo desmintió después que estuviera desnutrida. Menos su familia, 16 que viven en una casita del barrio Las Palmeras, pobre y alejado.
En Montecarlo y en Apóstoles murieron Milagros y Héctor. En Oberá hay dos nenes “en estado desesperante por la desnutrición”. Nacieron hace varios años pero sus cuerpitos son mínimos. La sala común del Hospital Samic no es mejor que las casillas donde nacieron. En Misiones ya han muerto cerca de 250 en el año. Hay otros mil en situación crítica. ¿Es ésta la pelea enardecida por el presupuesto 2011? ¿Están discutiendo por el hambre?En Formosa, en octubre, se denunció la “dramática situación de los niños de dos colonias aborígenes de Ibarreta”. Hay 28 chicos desnutridos y, ante la ausencia del Estado, médicos y pobladores piden que manden alimentos. De cualquier lado, de cualquier manera.
Mientras se discute con uñas afiladas el presupuesto nacional 2011. ¿Alguien habla del hambre? En el país de los alimentos para 400 millones, de la soja precio y cosecha record, de la macroeconomía envidiable, del crecimiento a tasas chinas, ¿alguien discute el hambre?.
En Ibarreta hay un bebé de un año que pesa 5,5 kilos. Debería pesar diez. “Es una desnutrición del 46%”. Es que en el país donde brota alimento de la tierra y se puede pinchar una nube para tomarle toda el agua, los niños se mueren de hambre.
Es el más crimen de los crímenes. El fracaso más atronador de la humanidad. Buitre de sí misma. Ciega. Sorda. Muda.



Ejercicios escriturarios


   Yo ese día no estuve entre los que hicieron la cola. La vi por televisión durante largas horas, como una especie de boyeur que no puede despegarse de su objeto de deseo. Necesitaba ver con mis propios ojos el incesante cortejo de gente que desfilaba. Ahora podía verlo en todo su esplendor, con imágenes a color. Podía verlo con mi mirada adulta, atravesada por la lectura de la  historia, que  como todos saben, no sólo se lee en los libros.

   Agradecí andar merodeando el medio siglo, haber podido preservar en mi retina esas imágenes en blanco y negro que se repitieron hasta el hartazgo durante varios días, interrumpiendo la programación que para ese entonces sólo se podía ver en dos canales, dando vuelta una perillita que mi inconsciente busca cada tanto, como queriendo volver al territorio de la infancia.

   - No pongas el tocadiscos, y menos con esa música. Los vecinos están de duelo, y hay que ser respetuosos del dolor de la gente- repetía Jace por esos días de tortas caseras y vasos repletos de chocolatada.

   Dos meses atrás, ese mismo televisor me había traído otra imagen: el Viejo en el balcón  de la Rosada, las manchas de sus manos, los jóvenes puteando contra los gorilas y la burocracia sindical, su voz cascada diciéndoles estúpidos e imberbes a los que gritaban, la plaza vaciándose…
   Y sin embargo, ese 1º de julio volvieron a estar, aunque la muerte les venía rondando desde hacía tiempo.  Vaya a saber qué pensaba cada uno; vaya a saber si imaginaban que iban a convertirse en cadáveres insepultos.
   Ese día las imágenes se me superponían, porque cuando uno asiste a los hechos importantes de la historia, inevitablemente el pasado vuelve a interpelar al presente.
   La noche anterior había estado en el Monumento. Una extraña fuerza me había llevado hasta allá. Yo, que no soy ni peronista ni kirchnerista; yo, que soy de esos dinosaurios que cada 7 de noviembre se levanta celebrando la primer Revolución Socialista triunfante en el mundo, estuve en Monumento. “Si los gorilas avanzan, vienen por nosotros”, pensé. Y sí, fue eso lo que me llevó.
   Hubo quien me preguntó después de manera socarrona si la gente había cantado la Marcha. Lo cierto es que comparado con los muchos que éramos aquella noche, era minúsculo el grupo que lo hacía.
   “¡Qué pregunta gorila!”, pensé en ese momento. Los que nacimos en barrios donde el lujo fue un albur, nos criamos escuchando la marcha peronista, aprendimos su letra aunque en nuestros propios hogares no se cantara.  En la Cerámica los vecinos la escuchaban aunque estuviera prohibida, y entre las fotos que colgaban de la pared, nunca faltaba la de Eva con su rodete y su vestido de reina.
   Cuando era chiquita, entre mis sueños de Cenicienta, estaba ese vestido.
   Los que volvimos a las calles en los ’80, los que nos mezclamos entre mamelucos y camisas de tímidos oficinistas, los que fuimos parte de los 14 paros que le hicimos a Alfonsín, sabíamos que la Marcha seguía siendo un clásico, una parte de la liturgia a la  que los herejes estábamos acostumbrados. No, la verdad es que esas cosas me tenían sin cuidado. Como no soy peronista, puedo decir que el pueblo a veces se equivoca; que las equivocaciones no se miden desde este aquí y ahora en el que estoy parada; que no empezaron el día en que me asomé al mundo, y que las equivocaciones, medidas en términos históricos, pueden durar siglos. Padezco de otros defectos, no de la impaciencia pequeño- burguesa. Soy militante política, y a la impaciencia se la dejo a la militancia hervida, parida en los ’90, a la que creyó descubrir la pólvora a comienzos de siglo, cantando “Que se vayan todos”; a la que hoy se autitula  con el híbrido  de “militante social”, como si eso le otorgara un halo de pureza; a la que criticó tardíamente el discurso de la postmodernidad, pero quedó aferrada a la muerte de las ideologías.
   Esa noche fui al Monumento y me encontré con gente  a la que veo todos los días, y otra a la que hacía mucho tiempo que no encontraba. Esa noche me encontré con un viejo novio que me dijo: “Sabía que te iba a encontrar acá”. Esa noche me encontré con los compañeros sobrevivientes del infierno del Servicio de Informaciones, con los que hace más de tres décadas caminamos juntos para que se haga justicia y los genocidas terminen en la cárcel.
   La noticia de su muerte me preocupó. Pensé en otro 2008 de piquetes con camionetas 4X4,  y  me imaginé a esa grotesca fauna golpista y oligarca celebrando su victoria junto a las rojas banderas de los que salieron a arriar a los pobres de toda pobreza para que aplaudieran a quienes los habían despojado de todo. Pero se quedaron con las ganas.
   Y después las imágenes en colores, ese afuera con su variopinta presencia de gente que llegó por la suya, que apareció en un día sin paro ni feriado, que salió del trabajo y esperó durante horas, como cualquier hijo de vecino, para contemplar un ataúd. Y esa imagen sorprendió a propios y a ajenos. De tal manera sorprendió, que una compañera, entre el asombro y la bronca, con toda la brutalidad que la caracteriza, me dijo: “Había gente como nosotros”.
   Y adentro estaba la viuda con los anteojos ahumados, y los rostros compungidos y apesadumbrados de los que iban a dar su adiós; y también estaban los hombres “del palo” ubicados a ambos lados de la viuda: el de bigotes, que organizó la masacre de Puente Pueyrredón; el que por el camino se ganó la rechifla de las multitudes por haber sembrado de muertos la provincia de Santa Fe; el discípulo de López Rega que dirige la Central sin que nadie pueda hacerle sombra, porque se sabe que los gobiernos cambian, pero el hombre se mantiene. Conoce mejor que nadie las estrategias de supervivencia, sabe que la clave está en venderse al mejor postor y utilizar los vueltos para comprar a jueces que nunca los llamarán a declarar por la causa de la Triple A.
   Y aunque pienso que el peronismo siempre ha sido eso, el rostro bañado en lágrimas  de los que ingresan, la voz del tenor que canta el Ave María, los mozos de la Rosada persignándose, el cuerpo arrodillado del menesteroso que llora sin consuelo, no dejan de conmoverme.
   Desde el chat una  amiga me habla preocupada por el cajón cerrado. Duda de su muerte, piensa en Yabrán; se pregunta por qué en la Casa Rosada y no en el Congreso. Le digo que los judíos tenemos por costumbre velar a nuestros seres queridos a cajón cerrado, y que la respuesta a su última pregunta se la puede dar una periodista que alguna vez supo ser de izquierda y hoy trabaja para Clarín escribiendo artículos mediocres. Me responde que Kirchner no era judío, y que  no dice estas cosas por gorila, sino con la genuina preocupación de quien desde el 6 a 0 a Perú dejó de creer en todo. Por supuesto que le creo.
   Taringa me lleva a una página de los milicos en la que rondan distintas hipótesis: no se murió, es una farsa; se murió, pero no de muerte natural, acá hubo suicidio; el cajón no tiene la longitud que corresponde a su altura, el cajón está vacío.
   Un periodista oficialista sale a los dos días a responderle elípticamente a los milicos. Su condición de niño mimado de este sector de la burguesía lo habilita a describir el entierro con lujo de detalles y a explicar el por qué de cada cosa.
   La diva de los almuerzos hace su show ante las cámaras. Se ha puesto un vestido al tono para la ocasión,  sobre el que luce una elegante flor negra. Llora unos segundos la diva, y luego se sienta. “¿Por qué el cajón cerrado? La gente dice en la calle que el cajón está vacío”, increpa la octogenaria.
   Mariano Szkolnik le responde con una pieza magistral en la que habla de la victoria de la vida sobre la muerte, y con la certeza  de quien sabe cuántos verdugos se sentaron a  la mesa de la cultora de la barbarie, remata con la memorable frase: “Señora Legrand: los únicos cajones que permanecen vacíos son los de los treinta mil desaparecidos. Por una vez en la vida, vieja de mierda, tenga decencia”.
   El debate por izquierda se abre encendido. Todos se disputan la lista más larga de lo que el hombre no hizo o hizo mal  , como si haciendo cada una de esas cosas que le reclaman el capitalismo dejara de ser tal. Porque en definitiva ellos también aspiran a los parches dentro del capitalismo, aunque su prosa se cargue de fuegos.
   El juego es entonces omitir lo que hizo, y por lo tanto omitir las razones por las cuales la gente apareció, se hizo visible,  como si hubiese brotado de las baldosas.
   Claro que es más fácil moverse en un mundo en el que a todo te dicen que no, porque si te dicen que sí, se “apropian de tus banderas”. Claro que era más sencillo disputar con los otros. Claro que los populismos te meten en un baile que no te gusta bailar. Te obligan a argumentar y salir de la consigna, te obligan a escrutar en el presente y el pasado, y por sobre todas las cosas, te obligan a indagar sobre el lugar en el que vos estás plantado.
   Y hubo quien me dijo que debíamos tomar distancia de los hechos; que sí, que hubo gente, pero que éste no fue como el velorio de Evita o el de Perón. Y a mí que la muerte de las grandes figuras me desata el morbo literario, se me dio por citarle una parte del cuento de Fogwill porque me copan los tipos irreverentes: “Este velorio, comparado con el de Evita es un fracaso total”. Y después agregué: “Claro que no estaba todo el pueblo, tampoco lo estuvo en el 52 ni en el 74. Por darte un ejemplo, Tate no estuvo en ninguno de los dos velorios”.
   No se puede tapar el sol con las manos, y creo que es eso lo que genera la furia de algunos. Digo de algunos, porque otros entendieron bien la cosa, y como burgueses que son, no tienen un pelo de tontos y saben que la gran teta del Partido Justicialista los acogerá, como cualquier madre hace con un hijo travieso. El problema se viene para los que no forman parte de esa inmensa teta, para los que por derecha toman cursos de denunciología en el Congreso, y también para los que van  por izquierda, y se enojan con viejos compañeros de ruta porque alimentan al mito.
   Y entonces caigo en la cuenta de que los cadáveres de la Nación desatan pasiones poco frecuentes, y hasta pareciera que el cielo hubiera hecho su propio conjuro.
No consulto en los datos meteorológicos de aquellos días. Vuelvo a leer el cuento del viejo Onetti y me detengo en uno de sus párrafos: “Cuando al fin Ella murió, rematando esperanzas y deseos, estábamos a fin de julio; en una fecha abundante en crueldades, en frío, viento, aguacero. De los cielos negros de nubes y noche, caía una lluvia lenta, implacable, en agujas que amenazaban ser eternas.” Caigo en la cuenta de que en el cuento “La cola” de Fogwill, la lluvia se desató al segundo día de las exequias de Perón, y que también, por esas casualidades de la vida, acá en Rosario, ciudad del Che, el cielo se puso a llorar antes de las ocho de la noche del día 27.
   Y pienso entonces, que si algún memorioso hace registro de estas coincidencias, tendrá más que poderosas razones para avivar el mito, que seguramente no será igual que el de Eva, al que tantas páginas le dedicaron las letras argentinas. Porque a decir verdad, hay que ser ingenioso para transformarla antes de su muerte en un hueso al que las multitudes animalizadas se acercan a adorar a la Plaza de Mayo; para mostrar el odio de clase en la imagen de una muñeca colocada en una caja de cartón a la que se le rinde culto en un pequeño altar de los arrabales; para esperar que una mosca verde impida que la embalsamen, baje antes de que le inyecten los fluidos y se pose a descansar en sus labios abiertos;  para endiosarla, buscarla; interpelar a un coronel que dice que la enterró parada como a Facundo porque es un macho; fabricar réplicas de su cadáver;  amarla, odiarla, resucitarla, fornicarla, imaginarla repartiendo merca en una pieza habitada por maricas y un marinero, o simplemente hacer que la piedad brote por los pespuntes.
   Y es al día de hoy que me sigo repitiendo frente la imagen del mito que se construye a partir del hombre que hizo descolgar los cuadros, que los burgueses son muy inteligentes; y que su inteligencia  nos obliga a desafiar la propia, si es que queremos de verdad torcerle el brazo a la historia y hacer que la balanza de la justicia se incline hacia el lugar de los ofendidos y humillados.
   Mientras tanto, mientras este nuevo Cadáver de la Nación se agiganta gracias a los buenos oficios de escribas, guionistas y méritos propios- ¿por qué carajo negarlo?-, mientras llego a la conclusión de que mis ejercicios escriturarios no encajan en ningún género,  repito los versos de Sylvia Plath: “Morir es un arte como cualquier otro. Yo lo hago extremadamente bien.”
                                                           Claudia Abraham




 
Otra muerte de un Veterano de guerra de Malvinas
Los suicidios y las muertes de los veteranos de la guerra de Malvinas siempre actuaron como termómetros, parámetros, indicadores de lo que pasaba con ellos. Más allá de la dramaticidad que esto implica, o precisamente por ella es necesario hacer un análisis sobre esta cuestión.
El suicidio es un no dar más, es el basta terminante,  absoluto, después de él la nada. Es demostrar que todo intento personal o colectivo ha fracasado.
El suicidio es el fracaso de todo el entorno familiar, profesional, social, o por lo menos es sentido así. Nadie pudo hacer nada por él, solo le quedó la muerte. Es la muerte siempre presente, si ella fue  amenaza durante la guerra hoy es buscada como aliada.
Es necesario reconocer que  nunca se  estudió seriamente las muertes de los soldados luego de la guerra, nadie sabe a ciencia cierta cuantos son, quienes y donde murieron, cuales fueron las circunstancias de cada caso para poder establecer parámetros, solo ideas, presunciones, cifras imprecisas. Es perverso pedirles a los veteranos que sepan sobre esto. Pero tampoco hay instituciones que  hayan investigado la cuestión, como tampoco se ha estudiado el acontecer posterior de las familias cuyos hijos murieron en la guerra.Y hoy tampoco se estudia sobre los descendientes de los combatientes
Hay una experiencia que consideramos necesario rescatar. El INSSJP realizó una Investigación Acción Participativa sobre la salud de los ex soldados de Malvinas durante los años 1996 a 1998. Es necesario enunciar el título del trabajo pues quizá ahí este la respuesta de los logros del mismo, se investigó si, pero al mismo tiempo se actúo en cada caso que fue necesario y se fue plasmando los pasos para continuar con el trabajo. Pero también fue participativa. O sea los objetos de estudios fueron sujetos del mismo, fueron sus protagonistas y responsables. En esos años de trabajo se trabajó intensamente con las situaciones de crisis que iban apareciendo en los jóvenes. Y dio como resultado que solo se suicidaron dos de ellos, todos los demás posibles intentos habían sido solucionados, se había actuado antes. Pero también se actuó en la sociedad      
Concretamente por que creemos que los suicidios disminuyeron durante la investigación:
Lo primero que se nos ocurre es reconocer que se trabajó sobre las situaciones críticas. Cada vez que hubo una alerta se acudió al lugar, y se implementaron los recursos posibles para sacarlo de una situación de riesgo. Para esto se utilizó  lo aprendido por los veteranos en estas circunstancias: rodear al compañero, hablar de Malvinas, buscarle atención médica, procurar internación psiquiátrica, trabajar con la familia, etc.
En segundo lugar, se puso el tema Malvinas en la agenda pública. En cada provincia que se visitó se hizo que se ocupasen del tema las autoridades, los profesionales y los mismos veteranos. Se dictaron cursos de capacitación. Se hizo un relevamiento de la población. Se los estudio, se les hizo análisis, radiografías, entrevistas psicológicas, estudios médicos, se les hizo recomendaciones, o sea hubo un cuidado y una mirada profesional en cada uno de ellos. Es decir, Malvinas fue tema público, por unos días no se la pudo negar y si existía Malvinas también existían los que lucharon allí. Y algunos estaban dispuesto a escucharlos. 
Cuando la investigación se suspende y con ella todo el plan de salud, en solo  6 meses, de enero a junio del 98,  se suicidan 10 veteranos. Quizá sirva esto al menos  para pensar algo.
Esta muertes se debieron  al abandono social y luego a su propio abandono.
Los veteranos se matan porque están  solos.Y solos implica que la guerra es un hecho particular.
Si cada suicidio habla de un fracaso de inserción social, de una imposibilidad de hacer nudo con un discurso social que te involucre, difícilmente alguien  se mate si esta apoyado, acompañado, comprendido en una red continente. La posibilidad que han encontrado los veteranos es estar juntos, porque la guerra es un hecho particular, les sucedió a ellos. No hay inscripción social de ella.
Asumámoslo, la guerra de Malvinas ni siquiera fue oficialmente declarada como tal y así parece ser sentida, una guerra  no fue, no existió...
Gastón, Juan, y todos los demás posiblemente no pudieron ver que el mundo que los rodeaba los miraba, los reconocía, les agradecía de alguna manera el tremendo sacrificio dado en Malvinas. Algunos de ellos optaron por inventarse un mundo imaginario en el que si eran héroes, importantes, convocados por sus conocimientos, por su lucha, o quedaron atrapados en  otros mundos  más crueles, que los lastimaron hasta morir.   
Apéndice
Algo de lo que hemos aprendido. Llamémoslo Pedro, nació en un humilde hogar de un pequeño pueblo chaqueño, el servicio militar lo sacó de allí y luego lo envió a esas islas del sur del país de las que casi nada sabía. Uno de sus jefes les dijo antes de salir que iban a allí a luchar por la patria, y que esa patria era la familia, los padres, su pueblo, los compañeros que iban con él. Eso se le grabó a fuego, aprendió allí que es eso que dicen patria. Y lo respeto hasta el fin en esa guerra incomprensible. Patria era los compañeros que iban muriendo y quedándose en el suelo helado de Malvinas, y sentía que allí debía quedarse si era necesario, no debía abandonar a sus compañeros y volver solo. La guerra concluyó, Pedro regresó. Y a volver aprender a vivir otra vez. Pero comenzó a sentirse muy solo, sin sentido, hizo lo que debía hacer, trabajar, casarse, tener hijos, pero esa soledad estaba ahí, siempre, fue y vino de su pueblo natal. Se afincó en otro y seguía con esa sensación tan extraña en medio del pecho, a veces para callarla o por lo menos para olvidarse que estaba tomaba o se enojaba mucho, o deambulaba. Como hacer para sacársela del pecho si ni siquiera sabia que era, solo dolor que no calmaba. A  veces pensaba tonterías que lo asustaban mucho, no era bueno dejar a la familia sola, era de cobardes, pero no se aguantaba tanta opresión ahí justo en medio del pecho al lado del corazón.
De pronto, comenzó a recibir ayuda, o por lo menos comenzó a darse cuenta que la estaba recibiendo. Sus compañeros veteranos armaron una movida importante en su pueblo par a que de una vez por todas reconozcan y respeten a Pedro (el único héroe de verdad de lugar según algunos profesores).  Dejó de ser un ente olvidado y criticado en el pueblo, y comenzó a ocupar el lugar que le correspondía, de pronto desde los chicos de las escuelas hasta los vecinos empezaron a preguntar sobre su vida, la guerra, los compañeros, y Juan empezó a hablar, en público, en privado. Ya no era un resto innombrable de algo de lo que no se hablaba, era un héroe, un veterano de guerra, que estaba entre todos y que debía ser reconocido como tal. Pedro volvió a estudiar, fue ascendido en su trabajo, y milagrosamente ese dolor en el pecho se fue. Ahora se viste de gala y cuenta ante el pueblo que lo mira con respeto y cariño de su lucha y lo hace en nombre de los que ya no pueden hablar y de él mismo. A quien le pregunte Pedro puede decir que por fin es feliz.
Quizá esta  historia, absolutamente real y actual, nos de algunas respuestas sobre tantas preguntas sobre los suicidios de los veteranos de Malvinas. Pedro necesito saber que su sufrimiento y la vida que los soldados habían dado por la Patria, hoy es  reconocida por esa  Patria.
Psicóloga M. Cristina Solano
Terapeuta de Veteranos de guerra de Malvinas

OPINION SOBRE LAS SENTENCIAS POR CRIMENES DE LESA HUMANIDAD EN ROSARIO.