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domingo, 25 de agosto de 2013



Lunes 26 de agosto de 2013
 PUBLICADO EL DIARIO EL CIUDADANO

Sacco y Vanzetti, memoria viva y ecos en el presente

Por Carlos Solero
- En 1927 asesinaron en Estados Unidos, en la silla eléctrica, a dos luchadores sociales que habían emigrado de Italia.


El 23 de agosto de 1927 un crimen de estado perpetrado en los Estados Unidos de Norteamérica conmovió a la humanidad toda. En la silla eléctrica aniquilaron la vida de Sacco y Vanzetti, un artesano fabricante de zapatos, y un vendedor ambulante de pescado, dos hombres íntegros de firmes convicciones anarquistas, esa fue la causa principal para que en connivencia judicial, policial y gubernamental asesinaran a estos obreros hijos del pueblo.
En diversas ciudades del mundo, miles de personas de las más variadas ideologías y creencias expresaron indignación y su protesta contra esta infame ejecución de dos luchadores sociales.
La conciencia universal acerca de la inocencia de estas víctimas de la criminalidad estatal, una farsa judicial que terminó la pena de muerte fue el móvil principal de las multitudinarias manifestaciones en las calles.
A ochenta seis años de su ejecución es importante recordar la vida de lucha de Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti, más que su muerte que no logró borrar del horizonte los objetivos de emancipación de las masas obreras y los sectores subalternos de acabar con la opresión, la explotación y la alienación.
Los hombres de negro
Ferdinando Nicola Sacco nació en Torremagiore, Foggia en la región de  Apulia al sur de Italia, el  22 de abril de 1891; y Bartolomeo Vanzetti en Villafalletto, Cuneo al norte de la península  itálica, el 11 de junio de 1888.
Ambos decidieron emigrar a América alrededor del año 1908. Sacco tenía solo diecisiete años, Vanzetti veinte. Se conocieron en las cercanías de Boston pues los frecuentaban los círculos de militantes anarquistas italianos.
Sacco era un hábil artesano en la fabricación de calzados, un eximio zapatero, de carácter reservado, introvertido compartía la vida con su compañera y sus hijos.
Vanzetti, quien deambuló por el territorio norteamericano en la búsqueda de trabajo, vivió las vicisitudes más diversas en campos y establecimientos fabriles hasta que decidió dedicarse a laborar de modo independiente como vendedor de anguilas que el mismo pescaba.
Cuando fueron apresados en 1920 arreciaba la campaña contra los militantes obreros revolucionarios y estaba en marcha una campaña xenófoba y racista contra los inmigrantes italianos y los anarquistas en particular.
Los hechos
Sacco y Vanzetti fueron arrestados en Buffalo, Nueva York el 5 de mayo de 1920, y los encarcelaron con la acusación de asesinar a un cajero y un vigilante y de robar 15.000 dólares en una fábrica de zapatos el 15 de abril de 1920.
La primera sesión del juicio fue celebrada en Dedham entre el 31 de mayo y el 14 de julio de 1921. El Estado basó su incriminación contra los ácratas en pruebas que siempre se consideraron insuficientes: Nicolás Sacco llevaba una pistola igual que la utilizada en el asalto y los asesinatos del establecimiento de fabricación de calzado y además y fueron detenidos cuando estaban buscando un automóvil que había sido visto en las proximidades del lugar donde se produjeron los hechos en cuestión. La policía a falta de otras pistas precisaba presentar chivos expiatorios.
El juicio y la condena
Durante todo el proceso judicial, que fue una siniestra farsa el juez Webster Thayer, el fiscal y el gobernador mostraron su parcialidad contra Sacco y Vanzetti.
Según versiones bien fundadas se dice que juez actuante en el caso, Thayer, le dijo al jurado: “Este hombre, (Vanzetti) aunque no haya en realidad cometido ninguno de los crímenes que se le atribuyen, es sin duda culpable, porque es un enemigo de nuestras instituciones”. No hay registro de este comentario en la transcripción completa de las actas del juicio, pero alcanza con recordar la recriminación contra Sacco por oponerse a participar como soldado en la Primera Guerra Mundial, dadas sus firmes convicciones de internacionalista.
Como afirma el historiador y periodista argentino Fernando Quesada en su libro Sacco y Vanzetti. Publicado por la editorial Reconstruir de la Federación Libertaria Argentina (F.L.A.). En 1925, Celestine Madeiros, un presidiario condenado a la pena capital por otro asesinato, confesó haber pertenecido a la banda que cometió los delitos de South Braintree, atribuidos a Sacco y Vanzetti. Sin embargo, en abril de 1927 se falló la sentencia de pena de muerte para Sacco y Vanzetti. Se produjeron varios aplazamientos de las ejecuciones, pero el 23 de agosto de 1927, Sacco y Vanzetti murieron en la silla eléctrica. A Nicolás Sacco los electrocutaron a las 0.19 horas y siete minutos después un potente flujo corriente eléctrica acabó con la vida de Bartolomeo Vanzetti.
De ayer a hoy
Los funcionarios norteamericanos inflamados de fanatismo desoyeron todas las voces y su necedad terminó con dos vidas humanas.
Cinco décadas más tarde, es decir en 1977 en el propio territorio de EE UU, el gobernador demócrata de Massachussets Michael Dukakis, reconoció públicamente la inocencia de los trabajadores anarquistas. Dukakis, rehabilitó  públicamente la memoria de Sacco y Vanzetti que eran inocentes y que fueron condenados más por sus convicciones políticas y por su condición de inmigrantes que por cualquier prueba fehaciente que el estado tuviera contra ellos.
Un proceso judicial a las claras irregular, destinado a condenar a los acusados con testimonios inducidos bajo presión, apelando a la extorsión, la xenofobia y el racismo. El odio de clase explícito contra los dos inmigrantes italianos, obreros, anarquistas y renuentes a participar en las guerras.
Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti, son aun hoy símbolos de la lucha por la libertad de los pueblos, la justicia social y fin de la opresión a los pueblos.
Aun en el presente, en diversas latitudes los Estados espían. Persiguen y torturan en muchos casos a los luchadores sociales que se oponen radicalmente al sistema de dominación establecido, el capitalismo, en Latinoamérica, en Europa, en Asia y en África esto ocurre cotidianamente.
Por eso es importante que resuenen en la memoria colectiva y se recuerden las últimas líneas de una carta de Vanzzetti cuando escribía desde la prisión: que “la sangre de los mártires es la semilla de la libertad.” Y que su lucha y la de Sacco fueron para lograr “Un techo para cada familia, un pan para cada boca, una educación para cada corazón, la luz para todo intelecto”.

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