Fallecio UNA MADRE....Zulema Castro de Pena, con tu lucha pariste muchos hijos!!!!
“Si volviera a educar a mis hijos, lo haría de la misma forma”
La Plata (por Virginia San Román especial para Impulso Baires) – Con motivo de cumplirse 30 años del nacimiento de las Madres de Plaza de Mayo, Impulso Baires dialogó con cuatro Madres de la ciudad de La Plata, algunas de ellas no muy acostumbradas a hablar con los medios. Sin embargo, cada una de ellas tiene una historia para contar, única e irrepetible y a la vez tan parecida a la de muchas otras. Ellas son Amelia Maía de Fanjul, Zulema Castro de Peña, Herenia de Sánchez Viamonte y Adelina Dematti de Alaye, en estas cuatro mujeres vaya el homenaje y agradecimiento de Impulso Baires.
La historia de Zulema Castro de Peña no es muy distinta a la de sus amigas. Sin embargo sus hijos desaparecieron recién en 1978, cuando el horror de la Dictadura Militar y sus métodos ya estaban firmemente instalados. Jesús Pedro e Isidoro Oscar tenían 35 y 29 años respectivamente, bastante más que el promedio de edad del resto de los desaparecidos.
IB: ¿Está demás preguntarle como eran sus hijos?
ZP: En realidad ellos no eran distintos a los de ellas (se refiere a los hijos de las otras tres Madres que nos acompañan). Eran íntegros. Tenían pasión por la justicia, por la verdad, por la solidaridad, por ayudar al otro, ser colaboradores con los amigos. Así eran ellos, y los 30 mil, con excepciones porque siempre hay (porque siempre las hay).
Tenían la idea de ver al un hombre nuevo, eran buenos de por sí, como padres, como hijos como amigos. Les gustaba mucho la lectura. Eran chicos “inspirados” que vivían más allá de los que les tocó vivir en esa época.
IB: Se los llevaron en 1978, hubieran tenido oportunidad de irse del país…
ZP: El padre (NR: Isidoro Peña, también tuvo una notable militancia en la defensa de los Derechos Humanos en Argentina. Fue uno de los fundadores de la APDH de la ciudad de La Plata) les decía ‘están en peligro, están matando a tus amigos y conocidos’… Pero ellos respondían que justamente ellos no iban a huir como ‘ratas que abandonan el barco’. Acto seguido nos retrucaban que ellos hacían lo que nosotros les habíamos enseñado cuando les inculcamos que no creyeran ciegamente en lo que dicen los libros de historia; que ellos tenían que tener su propia reflexión. ‘Deben buscar la verdad con el sentimiento y conciencia que ustedes tienen’, les decíamos. Nadie, ni ellos ni nosotras, fueron ni somos ‘santos’ pero ellos tenían una fuerza interior tan grande que resulta admirable.
IB: ¿Cómo se acercó a las Madres de Plaza de Mayo?
ZP: Fue por una señora a la que le habían llevado a la hija. Era Haydee Ramírez Abella, ella justamente al morir dejó encargado que la cremaran y hoy sus cenizas están esparcidas en Plaza de Mayo. Nunca creímos que iba a pasar lo que pasó cuando empezamos a dar vueltas y vueltas a la plaza.
Esa caminata imparable es la que inspiró al artista plástico Jorge Martínez a inmortalizar las plantas de los pies de todas las Madres en una obra de arte que se encuentra en pleno proceso de realización.
IB: Los militares, ¿nunca la vinieron a buscar?
ZP: Una vez, a esta casa vinieron dos militares –al parecer bastante moderados- vestidos de civil. Nos dimos cuenta de que lo eran porque les vimos las botas de cuera y en aquella época no era moda entre los hombre el usar botas. Vinieron a decirme que qué hacía yo cargando Madres de la Plaza al auto. Que por favor no las subiera más. Supongo que habrán tomado la patente un día que fuimos varias a escuchar la misa de un sacerdote en City Bell que nos avisaron iba a hablar sobre los desaparecidos. Lo cierto es que vinieron acá a decirme ‘señora, no vaya más a los atrios de las Iglesias porque ya los sacerdotes están enojados…’.
IB: ¿Nunca sufrió ningún tipo de persecución?
ZP: Yo trabajé en la Secretaría de la Escuela Normal Nacional Nº 3 por más de 30 años, allí tanto la Directora como la Regente eran personas excelentes. Pero recuerdo que del Ministerio del Interior nos mandaban circulares en los que decían ‘el que conozca a un familiar de desaparecido debe delatarlo’. Pensé en no ir más pero mi marido me dijo: ‘¿cómo que no vas a ir más? ¿Qué pensás de tus hijos?’ Que estoy orgullosa de ellos le dije. Y hoy digo que, si volviera a educarlos, lo haría de la misma forma, con el abuelo y con el padre.
IB: Isidoro fue un gran compañero…
ZP: Isidoro siempre estaba al lado mío. Le decían el ‘caballero del camino’ porque siempre me esperaba a la entrada de La Plata cuando volvía en el micro de Buenos Aires a las 5 de la tarde.
IB: ¿Cómo era ir a Plaza de Mayo?
ZP: Muchas todavía trabajábamos así que para tomar el micro a tiempo para estar en horario en Buenos Aires nos turnábamos para hacer la cola. Era estar media hora nomás, conversábamos un ratito antes y salíamos rápido para estar 15:30 allá.
En plaza de Mayo nos esperaban los ‘azules’ –así les decíamos a los policías- flanqueando todos los lados de la plaza. Siempre íbamos con un escrito para entregar en casa de gobierno, nunca pasábamos de la mesa de entradas. Nuestra única consigna era ‘que digan dónde están’.
Las marchas eran silenciosas, no cruzábamos una sola palabra. Cuando llegábamos nosotras -que éramos pocas al principio-, toda la gente que estaba en la plaza desaparecía, se levantaban de los bancos y se iban. La plaza quedaba vacía, qué terror que nos tenían.
IB: ¿Con qué sensación terminaba todo eso?
ZP: El sentimiento que me queda de todo eso es que nos mentían, siempre nos mentían. Las mentiras que nos dijeron fueron horrorosas. Cuando oíamos que en Europa decían que mataban a la gente, nosotros no queríamos escuchar, queríamos pensar que nos estaban diciendo la verdad, que en la próxima fiesta iban a salir todos (Pascua, Navidad, Reyes). Pero llegó un momento que nos íbamos con lágrimas en los ojos porque ya no creíamos que fuera a ser así. Así vivimos 30 años.
Zulema hace un esfuerzo enorme por hablar de Jesús –igual que ese abuelo español que abandonó su hogar huyendo de la obligatoriedad de la milicia- e Isidoro en tiempo pasado. Es más, la mayor parte del tiempo no le sale, mucho menos pensarlos con los 64 y 58 años que tendrían al día de hoy. Para ella aún están cerca, presentes en todo momento, tan jóvenes, tan niños, tan hijos suyos como las fotografías que coronan el respaldo de su cama…
“Si volviera a educar a mis hijos, lo haría de la misma forma”
La Plata (por Virginia San Román especial para Impulso Baires) – Con motivo de cumplirse 30 años del nacimiento de las Madres de Plaza de Mayo, Impulso Baires dialogó con cuatro Madres de la ciudad de La Plata, algunas de ellas no muy acostumbradas a hablar con los medios. Sin embargo, cada una de ellas tiene una historia para contar, única e irrepetible y a la vez tan parecida a la de muchas otras. Ellas son Amelia Maía de Fanjul, Zulema Castro de Peña, Herenia de Sánchez Viamonte y Adelina Dematti de Alaye, en estas cuatro mujeres vaya el homenaje y agradecimiento de Impulso Baires.
La historia de Zulema Castro de Peña no es muy distinta a la de sus amigas. Sin embargo sus hijos desaparecieron recién en 1978, cuando el horror de la Dictadura Militar y sus métodos ya estaban firmemente instalados. Jesús Pedro e Isidoro Oscar tenían 35 y 29 años respectivamente, bastante más que el promedio de edad del resto de los desaparecidos.
IB: ¿Está demás preguntarle como eran sus hijos?
ZP: En realidad ellos no eran distintos a los de ellas (se refiere a los hijos de las otras tres Madres que nos acompañan). Eran íntegros. Tenían pasión por la justicia, por la verdad, por la solidaridad, por ayudar al otro, ser colaboradores con los amigos. Así eran ellos, y los 30 mil, con excepciones porque siempre hay (porque siempre las hay).
Tenían la idea de ver al un hombre nuevo, eran buenos de por sí, como padres, como hijos como amigos. Les gustaba mucho la lectura. Eran chicos “inspirados” que vivían más allá de los que les tocó vivir en esa época.
IB: Se los llevaron en 1978, hubieran tenido oportunidad de irse del país…
ZP: El padre (NR: Isidoro Peña, también tuvo una notable militancia en la defensa de los Derechos Humanos en Argentina. Fue uno de los fundadores de la APDH de la ciudad de La Plata) les decía ‘están en peligro, están matando a tus amigos y conocidos’… Pero ellos respondían que justamente ellos no iban a huir como ‘ratas que abandonan el barco’. Acto seguido nos retrucaban que ellos hacían lo que nosotros les habíamos enseñado cuando les inculcamos que no creyeran ciegamente en lo que dicen los libros de historia; que ellos tenían que tener su propia reflexión. ‘Deben buscar la verdad con el sentimiento y conciencia que ustedes tienen’, les decíamos. Nadie, ni ellos ni nosotras, fueron ni somos ‘santos’ pero ellos tenían una fuerza interior tan grande que resulta admirable.
IB: ¿Cómo se acercó a las Madres de Plaza de Mayo?
ZP: Fue por una señora a la que le habían llevado a la hija. Era Haydee Ramírez Abella, ella justamente al morir dejó encargado que la cremaran y hoy sus cenizas están esparcidas en Plaza de Mayo. Nunca creímos que iba a pasar lo que pasó cuando empezamos a dar vueltas y vueltas a la plaza.
Esa caminata imparable es la que inspiró al artista plástico Jorge Martínez a inmortalizar las plantas de los pies de todas las Madres en una obra de arte que se encuentra en pleno proceso de realización.
IB: Los militares, ¿nunca la vinieron a buscar?
ZP: Una vez, a esta casa vinieron dos militares –al parecer bastante moderados- vestidos de civil. Nos dimos cuenta de que lo eran porque les vimos las botas de cuera y en aquella época no era moda entre los hombre el usar botas. Vinieron a decirme que qué hacía yo cargando Madres de la Plaza al auto. Que por favor no las subiera más. Supongo que habrán tomado la patente un día que fuimos varias a escuchar la misa de un sacerdote en City Bell que nos avisaron iba a hablar sobre los desaparecidos. Lo cierto es que vinieron acá a decirme ‘señora, no vaya más a los atrios de las Iglesias porque ya los sacerdotes están enojados…’.
IB: ¿Nunca sufrió ningún tipo de persecución?
ZP: Yo trabajé en la Secretaría de la Escuela Normal Nacional Nº 3 por más de 30 años, allí tanto la Directora como la Regente eran personas excelentes. Pero recuerdo que del Ministerio del Interior nos mandaban circulares en los que decían ‘el que conozca a un familiar de desaparecido debe delatarlo’. Pensé en no ir más pero mi marido me dijo: ‘¿cómo que no vas a ir más? ¿Qué pensás de tus hijos?’ Que estoy orgullosa de ellos le dije. Y hoy digo que, si volviera a educarlos, lo haría de la misma forma, con el abuelo y con el padre.
IB: Isidoro fue un gran compañero…
ZP: Isidoro siempre estaba al lado mío. Le decían el ‘caballero del camino’ porque siempre me esperaba a la entrada de La Plata cuando volvía en el micro de Buenos Aires a las 5 de la tarde.
IB: ¿Cómo era ir a Plaza de Mayo?
ZP: Muchas todavía trabajábamos así que para tomar el micro a tiempo para estar en horario en Buenos Aires nos turnábamos para hacer la cola. Era estar media hora nomás, conversábamos un ratito antes y salíamos rápido para estar 15:30 allá.
En plaza de Mayo nos esperaban los ‘azules’ –así les decíamos a los policías- flanqueando todos los lados de la plaza. Siempre íbamos con un escrito para entregar en casa de gobierno, nunca pasábamos de la mesa de entradas. Nuestra única consigna era ‘que digan dónde están’.
Las marchas eran silenciosas, no cruzábamos una sola palabra. Cuando llegábamos nosotras -que éramos pocas al principio-, toda la gente que estaba en la plaza desaparecía, se levantaban de los bancos y se iban. La plaza quedaba vacía, qué terror que nos tenían.
IB: ¿Con qué sensación terminaba todo eso?
ZP: El sentimiento que me queda de todo eso es que nos mentían, siempre nos mentían. Las mentiras que nos dijeron fueron horrorosas. Cuando oíamos que en Europa decían que mataban a la gente, nosotros no queríamos escuchar, queríamos pensar que nos estaban diciendo la verdad, que en la próxima fiesta iban a salir todos (Pascua, Navidad, Reyes). Pero llegó un momento que nos íbamos con lágrimas en los ojos porque ya no creíamos que fuera a ser así. Así vivimos 30 años.
Zulema hace un esfuerzo enorme por hablar de Jesús –igual que ese abuelo español que abandonó su hogar huyendo de la obligatoriedad de la milicia- e Isidoro en tiempo pasado. Es más, la mayor parte del tiempo no le sale, mucho menos pensarlos con los 64 y 58 años que tendrían al día de hoy. Para ella aún están cerca, presentes en todo momento, tan jóvenes, tan niños, tan hijos suyos como las fotografías que coronan el respaldo de su cama…
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