Día
de Reyes
Nuria
Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio
Habana Cuba
Como
toda niña, María Antonia Cobas Osorio, soñó jugar con una
muñeca.
Nació en el Valle del Caujerí en la provincia de Guantánamo en
1952, en una familia de campesinos con una prole de nueve
vástagos.
Su
casa natal, construida de tablas de palma, techo de yaguas,
piso de
tierra, albergaba dos habitaciones, una para los padres y otra
para
los hijos, un área común en funciones de recibidor y en el
exterior
una cocina para elaborar los alimentos con leña. Carecía de
servicio sanitario.
La
mayor alegría para los niños: ir al río, entre las aguas
claras
lavaban las pocas ropas golpeándolas en una piedra con palos y
sin
jabón, también se bañaban.
El
padre, jornalero en la agricultura, dependió del trabajo que
en
ocasiones proporcionaba un dueño de finca nombrado Daniel
González,
quien con desdén seleccionaba a sus obreros dentro de un grupo
y
determinaba quién ganaría los pocos centavos repartidos por el
duro
trabajo del campo.
La
historia de la hermanita muerta de paludismo se contaba muchas
veces
en las noches oscuras y sin entretenimiento. La madre, con
rasgos
fenotípicos de una indígena, nunca pudo aliviar el dolor de
ver
morir a su bebé de un año de nacida, sin dinero para acudir a
un
médico y tratando de disminuir la fiebre con hojas silvestres.
La
alegría de los pobladores del lugar que tocaron a las puertas
con
gritos de alegría y abrazos diciendo:
“Ganamos”, Ganamos!!!” hizo que conociera la palabra
Revolución, de hecho, al ver a su padre con un empleo seguro,
vestido de miliciano y cuidando la tranquilidad del lugar, le
abrió
la mente a un tiempo de cambio.
Fue
testigo de la entrega de tierras a campesinos y de la
reducción de
las hectáreas del terrateniente Daniel González, tomó parte en
la
fundación de los Comités de Defensa de la Revolución y de la
Federación de Mujeres Cubanas (FMC)
a principio de la década de los sesenta.
Con
apenas 12 años de edad, se enteró de un movimiento para
jóvenes
campesinas, con posibilidades de estudio y beca interna en la
capital. Una federada, dirigente en la zona, convenció al
padre para
que
consintiera
su permiso. La madre se opuso totalmente alegando los pocos
años de
su hija.
Un
día de 1965, junto a otras niñas conoció la ciudad de su
provincia
natal, Guantánamo, admiró las calles con sus autos, las casas
muy
juntas, y las personas transitando todo el día. De allí partió
bajo el cuidado de una mujer designada por la FMC hacia la
capital en
un tren de carga, en vagones con olor a caña.
El
ruido y la rapidez de todos los objetos fue la impresión
registrada
por su cerebro. Pegada a las ventanillas de la guagua quería
grabar
cada uno de los edificios altos y memorizar sus detalles.
La
recibió una lujosa mansión situada en la Quinta Avenida
esquinada
hacia la calle 84, recuerda un gran espejo en la sala
destruido por
otra chica que imaginó la prolongación de un espacio. El
menudo
cuerpo atravesó los cristales.
Supo
entonces, que pertenecía al movimiento juvenil femenino Ana
Betancourt, aprendería corte y costura más pedagogía para
enseñar
el oficio a otras muchachas de su lugar de origen.
Con
amor, relata de las danzas en la Conferencia Tricontinental,
el
festival deportivo con la confección de la tabla gimnástica,
la
participación en exposiciones con productos elaborados por sus
conocimientos, los desfiles y movilizaciones en la Plaza de la
Revolución.
Su
mayor recuerdo fue aquel final de año de 1968-1969, pasó la
navidad
y fin de año al cuidado de sus maestras por vivir tan lejos y
carecer de recursos por parte de la familia que le solventara
un
viaje de vacaciones.
Pero
con las otras muchachas y las tías de la casa prepararon su
cena de
celebración para año nuevo con cerdo asado y congris.
No
olvida, tampoco, el 6 de enero, cuando la mesa estuvo servida,
alguien dio la alarma, una hilera de carros se parquearon en
el
frente de la casa y por la puerta entró Fidel Castro.
Ellas
lo rodearon, Fidel se dirigió a María Antonia, quizás por ser
la
de menor estatura, le puso la mano en la cabeza, la llamó
“China”
y le entregó su única muñeca en la vida.
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