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ROSARIO
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viernes, 8 de marzo de 2013

Día de Reyes
Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba

Como toda niña, María Antonia Cobas Osorio, soñó jugar con una muñeca. Nació en el Valle del Caujerí en la provincia de Guantánamo en 1952, en una familia de campesinos con una prole de nueve vástagos.
Su casa natal, construida de tablas de palma, techo de yaguas, piso de tierra, albergaba dos habitaciones, una para los padres y otra para los hijos, un área común en funciones de recibidor y en el exterior una cocina para elaborar los alimentos con leña. Carecía de servicio sanitario.
La mayor alegría para los niños: ir al río, entre las aguas claras lavaban las pocas ropas golpeándolas en una piedra con palos y sin jabón, también se bañaban.
El padre, jornalero en la agricultura, dependió del trabajo que en ocasiones proporcionaba un dueño de finca nombrado Daniel González, quien con desdén seleccionaba a sus obreros dentro de un grupo y determinaba quién ganaría los pocos centavos repartidos por el duro trabajo del campo.
La historia de la hermanita muerta de paludismo se contaba muchas veces en las noches oscuras y sin entretenimiento. La madre, con rasgos fenotípicos de una indígena, nunca pudo aliviar el dolor de ver morir a su bebé de un año de nacida, sin dinero para acudir a un médico y tratando de disminuir la fiebre con hojas silvestres.
La alegría de los pobladores del lugar que tocaron a las puertas con gritos de alegría y abrazos diciendo: “Ganamos”, Ganamos!!!” hizo que conociera la palabra Revolución, de hecho, al ver a su padre con un empleo seguro, vestido de miliciano y cuidando la tranquilidad del lugar, le abrió la mente a un tiempo de cambio.
Fue testigo de la entrega de tierras a campesinos y de la reducción de las hectáreas del terrateniente Daniel González, tomó parte en la fundación de los Comités de Defensa de la Revolución y de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) a principio de la década de los sesenta.
Con apenas 12 años de edad, se enteró de un movimiento para jóvenes campesinas, con posibilidades de estudio y beca interna en la capital. Una federada, dirigente en la zona, convenció al padre para que consintiera su permiso. La madre se opuso totalmente alegando los pocos años de su hija.
Un día de 1965, junto a otras niñas conoció la ciudad de su provincia natal, Guantánamo, admiró las calles con sus autos, las casas muy juntas, y las personas transitando todo el día. De allí partió bajo el cuidado de una mujer designada por la FMC hacia la capital en un tren de carga, en vagones con olor a caña.
El ruido y la rapidez de todos los objetos fue la impresión registrada por su cerebro. Pegada a las ventanillas de la guagua quería grabar cada uno de los edificios altos y memorizar sus detalles.
La recibió una lujosa mansión situada en la Quinta Avenida esquinada hacia la calle 84, recuerda un gran espejo en la sala destruido por otra chica que imaginó la prolongación de un espacio. El menudo cuerpo atravesó los cristales.
Supo entonces, que pertenecía al movimiento juvenil femenino Ana Betancourt, aprendería corte y costura más pedagogía para enseñar el oficio a otras muchachas de su lugar de origen.
Con amor, relata de las danzas en la Conferencia Tricontinental, el festival deportivo con la confección de la tabla gimnástica, la participación en exposiciones con productos elaborados por sus conocimientos, los desfiles y movilizaciones en la Plaza de la Revolución.
Su mayor recuerdo fue aquel final de año de 1968-1969, pasó la navidad y fin de año al cuidado de sus maestras por vivir tan lejos y carecer de recursos por parte de la familia que le solventara un viaje de vacaciones.
Pero con las otras muchachas y las tías de la casa prepararon su cena de celebración para año nuevo con cerdo asado y congris.
No olvida, tampoco, el 6 de enero, cuando la mesa estuvo servida, alguien dio la alarma, una hilera de carros se parquearon en el frente de la casa y por la puerta entró Fidel Castro.
Ellas lo rodearon, Fidel se dirigió a María Antonia, quizás por ser la de menor estatura, le puso la mano en la cabeza, la llamó “China” y le entregó su única muñeca en la vida.

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