CONSULTORIO JURIDICO GRATUITO JUEVES DE 18 A 20 HS EN NUESTRO LOCAL DE "LA TOMA" MARTES DE 18.30 A 19.30 EN NUESTRO LOCAL DE VIGIL GABOTO 450

ROSARIO
.

lunes, 28 de diciembre de 2009

De medios independientes y ciudadanos decentes.

Miedo, ésa es la palabra con la que hoy me siento identificada. Pero mi miedo es bastante diferente al que en estos tiempos circula por las cabezas del común de los mortales.  Tengo miedo a esa intolerancia que se desata como un vendaval en el discurso de quienes se autocalifican como “ciudadanos decentes”.
Cada vez que escucho a través de los medios alguna información sobre la llamada “inseguridad” y sus responsables inmediatos, cada vez que escucho a un mortal repetir con toda su ira la información- desinformación que recibió de los medios, cada vez que veo en sus rostros ese gesto que oscila entre el enojo y el asco, me vienen a la mente las imágenes de Adolf Hitler  y de Paul Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda de la Alemania Nazi.
Miente, miente, que algo queda”, es la frase más famosa que se atribuye a Gobbels. Hitler fue aún más preciso en sus aseveraciones: “La inteligencia de las masas es pequeña, y su capacidad de olvido, grande. Por eso hay que repetirles las cosas mil veces”.
En estas últimas semanas, y sin que mediaran muchos días de diferencia, se produjeron tres asesinatos de mujeres con el fin de robarles sus autos. La sugerencia del Furhër se aplicó hasta el hartazgo por parte del periodismo “independiente”. Al clamor de más policías en la calle y a la parafernalia montada por los discursos de un conductor televisivo grosero como Marcelo Tinelli,  que se enriquece a costa de expulsar a la población mapuche de sus propias tierras, de una corrupta como Susana Giménez -de quien la sociedad ya olvidó su delito en la compra de autos para discapacitados y  sus negocios espurios  con Galimberti, Born y el padre Grassi - y de una pacata señora Legrand, que durante años invitó a almorzar a genocidas a su mesa,  se sumaron las declaraciones del padre de una de las víctimas que,  además de exigir la baja en la edad de imputabilidad, salió a cuestionar la asignación universal por hijo.
Uno puede comprender el dolor de un padre, puede entender la angustia y la impotencia ante un hecho tan trágico e irreparable, pero comprender, no es justificar. Pareciera que la ecuación con la que cierra este señor es que la asignación universal es el pasaporte al delito. ¿Será que cada niño que reciba los $180 se comprará un arma?
Intento imaginarme a algunos de mis alumnos de siete años acompañados de sus hermanos más pequeños con una mamadera en la mano y  comprando un arma. No los veo, la ecuación no me cierra. Con ese certificado de asistencia a la escuela que les extiendo, los papás les compran otras cosas: comida, ropa, tal vez un juguete. No veo armas. En todo caso, lo que sí veo detrás de cada certificado es un papá o una mamá que no conocen otra forma de trabajar que no sea en negro. Lo que sí veo son muchos trabajadores desocupados y muchos chicos con el mismo derecho que tienen los hijos de los “ciudadanos decentes” - que sí cobran un salario familiar-  a comer golosinas, a recibir educación,  a ir al club a practicar un deporte, a tener juguetes.
Sé que la asignación no resolverá su problema estructural, que todos merecemos tener trabajo y cobrar salarios dignos, pero no hay trabajo ni salarios dignos; y muchos de los que cobran un salario, emplean a las mamás de mis niños para que limpien su casa, y no les pagan  ni siquiera lo que establece el convenio de empleadas domésticas. Ni hablar por supuesto de los aportes jubilatorios. Pareciera que “esa gente” no merece jubilarse o que las amas de casa nunca hicieran nada. Como si limpiar, cocinar, coser, lavar, planchar y criar a los hijos no fueran un trabajo.
En estos últimos años un millón y medio de personas accedieron  a una jubilación mínima. Una jubilación que compraron, que nadie les regaló; sobre sus haberes reciben mensualmente los descuentos, pero a eso no lo dicen los medios “independientes”.
Los “ciudadanos decentes”, que no saben que ese jubilado pagó  y está pagando su jubilación,  afirman que es una forma de clientelismo, de “alimentar vagos”,  que no es justo que cobren una jubilación si no aportaron antes (aunque ellos mismos no se  la hayan pagado a la mucama o al muchacho que lo ayudaba en el taller mecánico y se hizo viejo trabajando allí). Los “ciudadanos decentes” son tal cual los define Hitler, olvidadizos por naturaleza. Olvidan que hubo gente que en los tiempos del menemato se quedó sin trabajo a los cincuenta años y tuvo que vivir de changas, olvidan que hubo jubilados a los que se les quitó la movilidad, olvidan que esos jubilados, hoy, cobran haberes miserables por obra y gracia de gobiernos pasados y presentes, y no se detienen a pensar que con esas moneditas de jubilación que cobra la esposa del jubilado, quizá puedan comprarse un remedio más, quizá puedan garantizarse una atención médica, quizá no tengan que salir a la calle a mendigar y dar lástima, quizá puedan comprarle algún regalito a su nieto.
Vuelvo a los asesinatos de estas tres mujeres. No hubo un solo día en que los medios dejaran de ocuparse de este tema. No hubo un solo día en el que la “ciudadanía”, en el almacén, en la cola de los bancos o arriba del colectivo dejara de mencionarlo.
 La respuesta no se hizo esperar: con bombos y platillos el gobernador Scioli presentó un proyecto de Código Contravencional, un cóctel que incluye más efectivos policiales, baja en la edad de imputabilidad, represión -  por las dudas- a  los que sean considerados “merodeadores” y a quienes se organicen para protestar.
Mientras el combo se preparaba, durante 24 días la policía buscó infructuosamente a la familia Pomar, inventó miles de calumnias dándoles rango de hipótesis, y el periodismo “independiente” se hizo eco de esas atrocidades sin medir cuánto dolor causaba en  los familiares. La noticia vendía, y los “ciudadanos decentes” la compraban.
Cuando se supo la verdad, el periodismo “independiente” se horrorizó, y la ciudadanía también. Por unos pocos días se habló de la inoperancia policial.
Sin embargo  a los “ciudadanos decentes” se les escapó la noticia de que un adolescente había sido asesinado a golpes  por la Policía Federal en la entrada a un recital de Viejas Locas, como se les pasa por alto cada caso de gatillo fácil. Los “ciudadanos decentes” sólo se ofuscan si las víctimas son rubias. Si son morochos y viven en la villa, todo es dudoso.
Los “ciudadanos decentes” escucharon en estos días que en los crímenes de estas tres mujeres intervino la policía contratando jóvenes sicarios, pero no me consta en mi registro auditivo que hayan hecho un mínimo gesto de repudio o que hayan cesado en su reclamo de más palos contra la gente de la villa.
Los “ciudadanos decentes” siguen diciendo que la gente que corta las avenidas reclamando por el plan “Argentina Trabaja” para que el gobierno nacional no lo distribuya en forma clientelar, son unos vagos que quieren cobrar subsidios. Los ciudadanos decentes no saben que para cobrar esa suma de $1300 efectivamente deben trabajar en la obra pública, y que lo que quiere “esa gente” es trabajo. La prensa seria e “independiente” no se ha molestado en explicar este detalle.
Los “ciudadanos decentes” olvidan que detrás de cada chico quemado por el paco, capaz de matar a cualquiera de nosotros por un para de zapatillas, hay narcotraficantes que se enriquecen a costa de ellos, personalidades del mundo de la política  y la televisión que se sostienen con el narcotráfico, policías que hacen sus “adicionales” vendiendo droga y reclutando chicos para el robo. 
A fuerza de repetir las cosas mil veces, el periodismo “independiente” ha logrado que los “ciudadanos  decentes” se unan en un solo clamor: ¡Seguridad, seguridad, seguridad! Los “ciudadanos decentes”, a veces les ponen más palabras a ese término, sobre todo aquellos que tienen  menos instrucción. Por eso no se ruborizan al decir que habría que cercar a los villeros con un alambrado y prenderles fuego. Por supuesto que apelan a la impersonalidad del “habría que…”. A eso ellos no lo van a hacer, pero si la policía lo hace, recibirá sus aplausos. Los otros, los que accedieron a otros bienes que ofrece la cultura, piensan lo mismo, pero prefieren recurrir a la metáfora o la elipsis: la seguridad  consiste en más cárceles, la seguridad son los morochos lo más lejos posible de su vista; y si la violencia policial se hace visible, el mutis por el foro será la solución apropiada.
Sólo si la prensa “seria e independiente” llegara a escandalizarse por estos horrores, habrá de su parte algún gesto que trate de evidenciar  cierta  molestia.
 "La propaganda debe ser sencilla, elemental y masiva. Dirigida a los sentimientos, no a realizar complicados análisis científicos, y ajustada para las entendederas de los miembros de la sociedad menos brillantes. Es para las masas, no para los intelectuales. Los intelectuales siempre han percibido y siempre percibirán a la propaganda como trivial, anticuada e incluso ofensiva, se haga como se haga. Y debe ceñirse a unas pocas ideas, presentadas una y otra vez desde distintos ángulos, pero siempre confluyendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. Es propaganda, no arte ni ciencia. Y debe ser razonablemente realista, pues de lo contrario la experiencia cotidiana del público le hará perder credibilidad”- sentenciaba Adolf Hitler.  Se ve que sus sentencias tuvieron efecto, porque a mediano plazo la sociedad alemana salió a repetir que los judíos, los comunistas, los homosexuales y todo aquel que se opusiera al régimen, representaban el eje del mal.
Los alemanes sabían de la existencia de los campos de concentración. Frente a sus propios ojos se producían las deportaciones, y en ese momento no hicieron nada.
Cada vez que escucho las diatribas de  los “ciudadanos decentes” siento que me encuentro frente al pueblo alemán. Porque el horror no se termina cuando se cierran las puertas del campo y se apagan los hornos crematorios, se vuelve a revivir cada vez que alguien ofende con sus palabras al género humano y habilita con eso  a la violencia.
No soy una intelectual. Soy una maestra preocupada y con miedo a la barbarie que circula desde el discurso de los adultos. Soy una maestra convencida de que  el mejor lugar para los niños y los adolescentes sigue siendo la escuela y no la cárcel. 
Este gobierno no me representa en absoluto. En realidad ningún gobierno me ha representado porque formo parte de la generación de dinosaurios que siguen creyendo que  la riqueza debe estar en manos de los trabajadores, que somos quienes la producimos. Por esta misma razón, no acepto delegar en otros lo que debemos cambiar entre todos, ni acepto que el término “seguridad” se asocie a las balas, uniformados y celdas que me propone la prensa “independiente”.
Quien educa, apuesta a transformar la realidad. Y yo apuesto a que la seguridad se identifique con trabajo, vivienda, salud y educación para todos.

                           Claudia Abraham

No hay comentarios:

Publicar un comentario